domingo, 13 de noviembre de 2011

El argumento tubilógico de san Quineselmo (interludio comitrágico)

Hace ya mucho tiempo, cuando con veinte años empezaba a leer a Quine (ese penetrante y simpático pensador, amante como nadie de la limpieza, y al que mi platonismo le debe tanto) se me vino a la mente un razonamiento que me pareció una maldad, incluso un sacrilegio. Es muy simple. Puede que sea solo una gran tontería, no estoy seguro. Siempre lo he tenido guardado, y solo lo sacaba a veces para jugar. Ahora que estoy escribiendo aquí unas notas sobre el argumento ontológico se me ha vuelto a aparecer ese razonamiento, y me gustaría exponerlo, a ver si alguien puede decirme si es una gran tontería o un argumento al que haya que criar y llevar a la escuela (Tampoco sé si, en cualquiera de los dos casos, se le ha ocurrido a alguien -me parecería increíble que no, sobre todo si no es una enorme tontería-).

Se refiere a la tesis ontológica (o, como dicen algunos hoy, meta-ontológica) del filósofo americano. Esa tesis dice:

Ser es ser el valor de una variable ligada.
Lo que Quine quiere decir, como él mismo ha explicado a menudo, es que, analizando el lenguaje según la forma estándar moderna, la manera en que contraemos compromisos ontológicos al hablar, es mediante aquellos términos o conceptos que están ligados por el cuantificador (descaradamente bautizado como) existencial. Si digo que “existen peces voladores”, estoy diciendo, en verdad que

Hay algunas cosas que son peces, y vuelan.
Por supuesto, puedo negar que existan peces, pero entonces no puedo utilizarlos en una frase como la anterior. Tendría que decir “no hay (no existen) peces”.

Ahora, la maldad. Se sabe que a muchos sistemas filosóficos (seguramente a todos) les entran los siete males cuando se les pasa la factura que ellos pasan a los demás. A mí se me ocurrió analizar la frase de Quine, “Ser es ser el valor de una variable”, según su propio análisis. Obviamente, resulta:

Hay algo que es ser, y eso es ser-el-valor-de-una-variable.
Pero, entonces, igual que cuantificar sobre “perro” nos compromete con la existencia del Perro, o cuantificar sobre el nueve, nos compromete con la existencia del nueve, el lenguaje de la ontología nos compromete con la existencia de… la existencia. Existe la existencia misma, si es que tenemos que hacer ontología.
Por decirlo más provocativamente, “hay el Ser, y es aquello de lo que no podemos dejar de hablar”. ¿Podrían haber escrito Quine y Heidegger un libro juntos?

Si este argumento no es una tontería, entonces delata, a mi juicio, que, quien se pone a hacer ontología, cae de cabeza en (una forma muy simple d)el argumento ontológico, porque decir que “Existe la existencia” es una versión muy apetitosa del viejo argumento de Anselmo. La Existencia tiene todas las propiedades con las que podría soñar un teólogo (y yo también, que no soy teólogo): está en todas partes, y en ninguna en concreto; es el corazoncito o esencia o casua formal de todo (lo que no existe, no es nada); es autónoma e infinita (nada la limita); Es eterna e ineliminable, porque la nada, además de nadear, no existe (o existe infinitesimalmente), así que no puede tragársela; es la “madre” de todas las cosas (todas salen de su seno y a él retornan al acabar) y también el “padre” (porque todas las cosas tienen, antes que cualquier otra propiedad, la de existir). No en vano los teólogos decían que Dios es aquel ser cuya esencia es solo existir. Es el que es. Lo que Moisés recibió por respuesta fue “Diles que hay (existe) algo que soy, y es el ser (la existencia), y ese te envío”

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Una respuesta obvia a este chiste malo que acabo de presentar sería decir que no hace falta postular el ser para hacer ontología, basta con postular palabras o conceptos. Pero esto no funciona. ¿Por qué va a ser una palabra el Ser y no el Perro? Y, si lo son ambos, ¿qué otra cosa tiene derecho a ser considerado una no palabra? ¿Qué tendría verdadera consistencia ontológica? Cualquier elección que se hiciese sería arbitraria, y contraria al criterio ontológico de Quine. En el mejor de los casos solo habría palabras (el giro lingüístico, como metafísica que es, tiene que acabar en un panlogismo). Y entonces el análisis sería:

 “hay algo que es Palabra, y palabra es ser el valor de una variable”.
Tampoco esto tiene por qué inquietar a los que piensan que “en arkhé en ho logos”, en el principio era la Palabra. Pero lo cierto es que cuando hablamos del ser no hablamos de una palabra (en le sentido burdo de la palabra), sino de lo que significa, como cuando hablamos de los perros, o de los muones no hablamos de palabras, sino de lo que significan.

Otro argumento que se podría aducir contra lo que he dicho es que, sí, hay algo que es el ser, y que consiste en ser el valor de una variable, pero el ser se define por extensión, o sea, el ser no es más que el conjunto de todos los seres. Con las mismas, el Perro es el conjunto de todos los perros, y el nueve es el conjunto de todos los nueves. Pero, obviamente, esto no es satisfactorio, porque si metemos a todos los perros en el conjunto de los perros, y no en el de los nueves, es porque tienen propiedades definitorias (esenciales) que hacen que esté en este conjunto y no en aquel. El extensionalismo es la misma ceguera que la del positivismo en general. Ahora bien, ¿no será el ser, a diferencia del perro o del nueve, un conjunto de cosas sin ninguna propiedad en común? ¡Hasta Hegel dijo que Ser es lo más vacío, porque no hay nada que todos los seres tengan en común! Aunque Hegel no se refería a la existencia, ni mucho menos a la realidad y a la Idea Absoluta (que aparecían más tarde en su Lógica). Si aceptásemos eso, predicar la existencia sería como no decir nada. “Habría” solo cosas con propiedades, pero no existentes (en un sentido no vacuo). Pero esto tampoco funciona, porque las propiedades serían algo. Lo que no existe, no es nada. Realmente, lo que parece es que la existencia es el hecho más profundo y universal. Las cosas son esto o lo otro, pero, antes de nada, SON. Y ninguna argucia naturalista consigue acallar esto.

Yo, en verdad, no acepto ni el (amañado) análisis estándar ni que el cuantificador sea lo mismo que el predicado existir, pero constato que, cualquier intento de tapar el problema con medidas positivistas, revienta por algún lado.

¡San Quine, que estás en el cielo de los ontólogos, si lo que he dicho es una soberana tontería, ven y, haciendo una excepción a tu habitual buen humor, aporréame con tu banjo!

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