sábado, 18 de febrero de 2012

La muerte infinita del Yo

El ataque más profundo que ha sufrido la pretendida pureza del “yo pienso” cartesiano (y la metafísica en general) procede de la deconstrucción. Jacques Derrida, en su temprano y bello libro La voz y el Fenómeno (traducido por P. Peñalver, Pre-textos, Valencia, 1995) delata las aporías del idealismo en la forma que toma en el (a su manera) cartesiano Husserl.

Derrida se fija en su teoría del signo, de la expresión de lo que pensamos. Husserl, buscando salvar al lenguaje humano de ser tomado por una especie de señal (es decir, de signo que no expresa o dice –conscientemente- nada), cree encontrar la pureza de la expresión en el monólogo, en la “vida solitaria del alma”. Aquí no habría dudas de que uno sabe lo que quiere decir, y qué es lo que uno quiere decir. El proyecto fenomenológico, en su esencia, es, dice Derrida, ese reducir la objetividad a pura interioridad. Resulta así una primera paradoja: la pureza del querer-decir sólo se da cuando no hay un afuera al que dirigirse, cuando sería vano querer-decirle algo a alguien, pues uno ya debería saberlo (lo que se dice a sí mismo).

¿Por qué intenta Husserl esta reducción idealista? Porque, como pasa en Descartes, solo en la interioridad pura parece estar a salvo la objetividad, es decir, la presencia absoluta. Lo exterior no es diáfano, no se sabe si significa algo o no… Aunque pretende superar la ontología ingenua, la fenomenología no sería, pues, más que un caso más de la metafísica clásica o “de la presencia” (como la identificó Heidegger): lo que no es presente, carece, para el pensamiento metafísico, de valor, es derivado, secundario.

Ahora bien, ¿se consigue esa pureza, ese presente absoluto e inmaculado? Derrida muestra desde varios puntos que no, que el sí mismo está mezclado, hasta los huesos, con lo otro, con la muerte, con lo exterior:

Empezando por el asunto del lenguaje, ¿cómo ha de ser ese lenguaje puro del alma? En el fondo, para Husserl, dice Derrida, la expresión plena del pensamiento tiene que escapar a todo signo, a toda palabra, a todo significante. No nos servimos en el monólogo de palabras reales, cree el idealista, sino sólo de palabras “representadas”, imaginarias, porque las palabras reales, corpóreas, suponen una resistencia y mediación que compromete la expresión pura.
El signo, por puro que sea (como admite Husserl), no es signo si no puede usarse más de una vez. Una vez es ninguna: el signo, para serlo, debe permanecer el mismo a través de (al menos posibles) indefinidos acontecimientos diversos. Luego no hay, en verdad, discurso efectivo alguno sin compromiso con una repetitividad indefinida. Y esto significa que es imposible un lenguaje que quiera abstraerse de toda materialidad y diseminación.

Veamos la aporía desde otro ángulo, desde el ángulo del tiempo y, principalmente (es obvio) del presente. El discurso ideal solo puede (paradójicamente) ser presente, puro presente, idéntico a sí mismo. El principio fenomenológico de la intuición no significa sino que la certeza ideal y absoluta es, para toda experiencia, el presente. Mediante el presente transgredo la existencia empírica, la mundanidad, y, en primer lugar, la mía. Pero esto significa una vez más, dice Derrida, que la inteligibilidad del monólogo del alma depende de entender (para negarla y superarla) mi propia falta de identidad. Es, pues, la relación con mi muerte, dice Derrida, lo que se esconde en este ser como presencia que es posibilidad absoluta de repetición. El “yo soy” es relación con su propia desaparición posible; “yo soy” es, originariamente, “yo soy mortal”; yo soy inmortal es una proposición imposible; “Yo soy el que soy”, concluye espectacularmente Derrida, es la confesión de un mortal.

Repitámoslo (es el argumento principal): lo ideal es lo repetible, pero lo repetible no puede ser presente. Y no pueden ser extraños esa repetibilidad de lo ideal y la asociación de la, tan despreciada por la metafísica, imaginación (por eso Hume ha cautivado progresivamente a Husserl). La repetitividad amenaza la distinción entre uso efectivo y ficticio del signo. No hay criterio para distinguir lenguaje interior de exterior, puro y contaminado.

El presente de la presencia a sí (que es lo que sostiene toda la filosofía tradicional) sería como un parpadeo. Ahora bien, el presente no es simple, no es idéntico consigo mismo. No hay presencia sin recuerdo y expectación. Hay, dice Derrida, una duración del parpadeo, que acoge, en la presencia, la no presencia. Esto excluye la posibilidad de prescindir del signo. La raíz común de la posibilidad de repetición en su forma más general, la huella, habita la actualidad. Una tal huella es, si se puede decir esto, más originaria que la originariedad fenomenológica. Sin ello no hay la posibilidad de reflexión. El sentido, incluso antes de ser expresado, es temporal de parte a parte. Todos los movimientos de la metafísica recubren ese movimiento de la diferance. El sí del presente es una huella, una archi-escritura que opera en el origen del sentido. La temporalización del sentido es, desde el comienzo, un diferir, un “espaciamiento”. El espacio es la pura salida fuera de sí del tiempo.

De hecho, el pensamiento puro nunca se cumple, como Husserl tiene que aceptar. Como lo Ideal es pensado por Husserl bajo la forma de Idea en sentido kantiano (o sea, como regulativo), la sustitución de la no-objetividad por objetividad es diferida hasta el infinito. Todo el sistema idealista de “distinciones esenciales” es teleológico. De hecho, no son respetadas jamás, “su posibilidad es su imposibilidad”. Husserl no ha creído jamás en una parousía, en el cumplimiento de un saber absoluto. El Ideal es una diferancia infinita. Pero el aparecer de la diferance infinita es él mismo finito.

Debemos aceptar, cree Derrida, que hay una clausura en el interior de la metafísica, y que esa clausura ha tenido lugar: la historia del ser como presencia está cerrada. Para lo que comienza más allá del saber absoluto, dice el filósofo francés, se requieren pensamientos inauditos. No quiere decir nada. No sabemos ya, pues, si lo que se ha presentado siempre como re-presentación derivada, como “signo”, “escritura”, no “es, en un sentido necesariamente pero novedosamente ahistórico, más viejo que la presencia y el sistema de la verdad, más viejo que la “historia”.

Muy bonito, desde luego. En otro momento mostraré cómo intentará un metafísico escapar a esto. De momento, me gustaría llamar solo la atención sobre las expresiones con las que la Deconstrucción se refiere a Sí-Misma: “novedosamente ahistórico”, “más originario que el origen”, “la historia de la metafísica está cerrada”, “lo que viene (comienza)-después requiere pensamientos inauditos (¿inaudibles también?)”. (Hay quienes, como Rorty, piensan que se puede evitar un lenguaje así, pero se equivocan)

4 comentarios:

  1. Por supuesto que se puede evitar un lenguaje así que no hace sino un abuso ingenuo de los hiperónimos: ¿qué significa aquí y ahora y en este contexto palabras como "pura salida" o "espaciamiento"?

    Si te fijas, los literatos, que bien pueden considerarse como los auténticos maestros del lenguaje, por encima incluso de los Derrida y cía, si me permites la impertinencia; jamás abusan de los neologismos, los juegos de palabras o las construcciones excesivamente abstractas: saben del peligro de apalancamiento que lleva el verbo y su naturaleza inflacionaria respecto al comercio real de las cosas, en breve, NO especulan así.

    De hecho y a propósito, insisto que no hay mejor refutación a Descartés que la que te menté de la ballena, o sea, ¿comprendía realmente DEscartés qué quería decir exactamente con su "Pienso, luego existo"?

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    1. No se puede evitar el lenguaje metafísico (teleológico, esencialista, fundamentalista...), y es una cosa que eleva a Derrida ser consciente de ello (como lo era para Wittgenstein ser consciente que su propio Tractatus carece, según él mimso, de sentido).
      Que es inevitable lo reconociste tácitamente tú no hace mucho cuando, en un comentario, yo te preguntaba si el discurso de que se ha acabado la historia (de la metafísica...) es un discurso histórico y, por tanto, no sería lo más coherente con el pluralismo y el relativismo negar la historia misma, y me contestaste que era una pregunta a la que no tenías respuesta.

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    2. Y claro que Descartes comprendía lo que pensaba cuando pensaba "pienso luego existo". ¿Por qué no iba a comprenderlo? Aquí caerás en la tentación de intentar reducir "comprender" a una cierta historia, que tú entenderás muchísimo peor que lo que es entender.
      Una ballena que es capaz de hacer reflexiones (acerca de dónde está, etc) es capaz de comprender que piensa: lo es a priori, otra cosa es que psicológicamente tenga que hacer un esfuerzo (como le pasaría con entender el número pi).

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  2. Cuidado, yo te dije, bueno, primero constato que toda discusión histórica es una refundación de otra precedente, quiero decir, el holismo contra reduccionismo, por coger una al azar, es una reformulación familiarizble del nominalismo contra realismo de la escolástica que a su vez resulta familiar a la disputa de Heráclito y Parménides y etc. y en ese sentido, y a diferencia de otros que se creen más listos que una bimelenaria tradición filosófica (como tú mismo bien anotastes en otro PDF que colgastes por aquí: no hay filósofo que no diga que lo de atrás era metafísica y por tanto basura), me imagino que a cien años vista las discusiones vendrán a versar sobre lo mismo: un nudo gordiano, vamos y es ahí, a la pregunta de por qué, que me doy cuenta, ya que yo sí estoy en un bando y no veo la batalla de forma cenital, que me encuentro sin respuesta a la pregunta pero, ojo, a esa pregunta

    No obstante, donde sí veo una evolución es, como en el Arte, en las formas expositivas, las cuales, como en el Arte, cuando alcanzan cierta excelsitud, acaban siendo renovadas para explorar otros continentes con otros potenciales contenidos que puedan oxigenar el debate y ahí es donde veo (en el sentido intuitivo del término) que las maneras afrancesadas de escritura filosófica posmoderna están más que agotadas y eso por no ser cruel y ya decir que la escritura (¿in?deliberadamente) joyceana de Derrida nacieron anacrónicas

    Respecto a Descartés: dependa de lo que entiendas por comprender: lo de siempre: ¿comprende un perro la gravedad? Sí, desde luego, ahora, ¿la comprende plenamente? Hombre, a la Luna no viajan los pobres (y no será por ganas, ojo, que a los lobos bien que les gusta) pues otro tanto con Descartes: ¿comprende que existe¿? Sí, desde luego, ahora, ¿lo comprende plenamente?

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