lunes, 30 de abril de 2012

La Traszendencia poética del viejo Heidegger

Los grandes autores que han visto la necesidad de una reflexión trascendental de puesta entre paréntesis de la ontología, apenas han “logrado”, sin embargo, permanecer en ella, y, urgidos por la cuestión ontológica de qué tipo de entidad es ese ámbito normativo que nos han querido hacer reconocer, han acabado (o tendido a acabar) “sucumbiendo” a alguna forma de “sustancialismo”, sea naturalista, o sea no-naturalista, y esto último ya en la forma de un ser subjetivo (como en el idealismo), o de otro tipo más misterioso y pretendidamente “postmetafísico”, como será el caso de Heidegger.
Lo que sí parece cierto es que, una vez adoptada la actitud crítica trascendental no hay retorno a una “metafísica ingenua” o “dogmática”, al menos en la intención. Se rescata alguna forma de la trascendencia, que estaba implícita en la actitud trascendental, pero esa trascendencia necesita ser (o, al menos, parecer) ya de otro tipo, no clásico, no griego, una trascendencia mística en el sentido moderno.

Heidegger va siguiendo su propio rumbo de pensamiento, que le lleva hacia una postura en que el Ser ya no es sólo, como era en Ser y Tiempo, lo que no es ente pero es condición de posibilidad de los entes (lo que se puede calificar de actitud trascendental), sino que el propio Ser, buscando su heterogeneidad “positiva” frente al ente, recibe rasgos distintivos, si bien muy elusivos, que lo convierten en una especie de Trascendente absoluto, apenas expresable en el lenguaje, como no sea mediante términos guía, tales como Ereignis, o mediante la tachadura en forma de cruz del propio término ‘ser’.

No obstante es cierto que en Heidegger la “evolución” es suave y matizada, y en ningún momento es fácil hablar de cambio sustantivo de pensamiento. Más se trata de una profundización en lo que desde las primeras obras estaba presente. El olvido del Ser (y hasta el olvido de ese olvido) ha marcado la Metafísica y, con ella, a Occidente. Pero ¿cómo ha de ser la recuperación del Ser? Hay que desestimar el camino lógico-matemático e intelectualista en general: en definitiva, el platonismo. Es el momento del poeta, quien es “el pastor del ser”, como dirá en Carta sobre el Humanismo. O también:

     "Lo hablado puro es el poema " (De camino al habla, Odós, pg 15)

Esta evolución se percibe claramente si se contrastan obras como Ser y Tiempo, y los últimos ensayos, como “La cosa”, “Contribución a la cuestión del ser” o los dos ensayos que constituyen Identidad y Diferencia. Puede seguirse en la progresiva atención que Heidegger va dedicando a la poesía, especialmente al “poeta de la poesía” Hölderlin, pero también a Trakl, a Rilke o a Celan. La propia expresión de Heidegger se hace extraña y, para muchos, desazonadoramente poética. Leemos cosas como:

     "El juego de espejos del mundo es la danza en corro del acaecer de un modo propio". (“La cosa”, en Conferencias y artículos, pg 157)

El “esteticismo” de Heidegger puede entroncarse con una corriente exitosa en suelo germánico (o “franco-germánico”), que tiene como principales exponentes a Hegel y a Nietzsche. Más profundamente debe ponerse en relación con toda la perspectiva moderna según al cual el ámbito del sentido o del valor es privilegio del Sentimiento o de la Voluntad, no de la Razón lógica. El paralelo tal vez más interesante sea el de Wittgenstein. Es sabido que para éste el sentido de las cosas está más allá de lo describible con la ciencia, y es el ámbito de lo místico-ético-estético.

La “Trascendencia” a la que se llega así no es, pues, la trascendencia racionalista, sino otra, heterogénea a esta, en la que el Ser se torna inefable para el discurso racional pero intuible o de algún modo recibible para la actitud poética. Es cierto que también para cierto platonismo radical lo Uno es inefable, inalcanzable por la razón. Pero en esta apofántica lo poético quedaba aún más alejado de la auténtica realidad. Es propio, en cambio, de la última modernidad, y también de Heidegger, que el lenguaje poético goce de la preeminencia en el pensamiento. Si algo nos acerca a eso que es inaprensible, y que, decía Wittgenstein, constituía el trasfondo de todo su pensamiento, eso es el lenguaje poético y a-racional.

Otra forma de caracterizar la trascendencia heideggeriana es observar que no se trata de una trascendencia que excluya la inmanencia. Precisamente dada la heterogeneidad radical que hay que pensar entre Ser y Ente, la Diferencia Ontológica no puede entenderse como separando dos ámbitos de una misma realidad, de una misma jerarquía, como en el racionalismo clásico. Lo más lejano es también lo más cercano, lo trascendente es lo absolutamente inmanente. Esta idea se encuentra en algunos filósofos del budismo zen japonés, como por ejemplo Nishitani. (Heidegger habla del, para el pensamiento de Occidente, "ineludible" diálogo con Oriente -o sea, con Japón-). Más que de un absoluto más-allá cabría hablar de un absoluto más-acá. Si hubiese un “orden del ser” permaneceríamos en la metafísica. Precisamente el fin de la metafísica debe significar el fin del “orden del ser”.

Lo sencillo y cotidiano cobra, como en el zen, un valor ajeno a la metafísica clásica:

     "Modestas y de poca monta son, sin embargo, las cosas, incluso en el número, en contraste con el sinnúmero de los objetos indiferentes. […] Sólo aquello del mundo que es de poca monta llegará alguna vez a ser cosa". (“La cosa”, en Conferencias y artículos, pg 159)

El lugar privilegiado de este acontecimiento es el Lenguaje, pero no en cuanto razón sino en cuanto habla, y es un asunto inmanente al propio habla (“el habla habla”):

     "El hablar de los mortales es invocación que nombra, que encomienda venir cosas y mundo desde la simplicidad de la Diferencia. Lo que es hablado en el poema es la pureza de la invocación del hablar humano. Poesía, propiamente dicho, no es nunca meramente un modo (Melos) más elevado del habla cotidiana. Al contrario, es más bien el hablar cotidiano un poema olvidado y agotado por el desgaste y del cual apenas ya se deja oír invocación alguna." (“El habla”, en De camino al habla, pg 28)

En resumen, si hay algún acceso al Ser, si el Ser se Da, no es mediante el Intelecto. El Ser se da en el Lenguaje, pero el verdadero gestor del Lenguaje es el Poeta. Incluso el Pensador, pese a que (nos dice Heidegger en “Poéticamente habita el hombre...”) tiene que conservar su diferencia con el Poeta (pues, aunque dicen lo Mismo no lo dicen Igual), debe aprestarse al don del Ser de un modo diferente al de la Ciencia y al de la misma Metafísica. Heidegger no es explícito, ni mucho ni poco, acerca de en qué tipo de lenguaje está pensando, pero en sus elusivas alusiones y en su mismo modo de escribir y pensar resulta patente que, como decimos, se trata de algo más cercano a la Poesía que a la Lógica.

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