Copio la continuación del texto de la última entrada, parte del segundo diálogo de Diálogos de Filosofía, en que el antiguo maestro recuerda, a su antiguo alumno y amigo, lo que alguna vez habló con aquella mujer acerca del Amor, la Belleza, lo Decible, el Texto...
M.- Al recordar El Banquete con ella, me pareció más bello que nunca.
¿Lo has leído?
A.–Nos lo recomendaste tú mismo, en clase.
Dijiste que, como éramos jóvenes, nos interesaría. Pero he leído muchas cosas
después.
M.–Si recuerdas lo que dice allí Sócrates,
recordarás, como me recordó ella, que cuenta lo que le explicó Diotima de
Mantinea, la sacerdotisa de Apolo. Eros, el Amor, fue concebido el mismo día
del nacimiento de Afrodita. En la celebración de este sagrado nacimiento, la Pobreza o Carencia (en
griego Penía), que no había sido invitada al banquete de los dioses y se
encontraba del todo falta de recursos, aprovechó el momento en que el Recurso
mismo (el dios Poros), ebrio de néctar, se había quedado dormido en el jardín
de Zeus, y se fecundó de él. De esta maña nacería el Amor, quien tiene, de su
madre, una vida siempre precaria y, de su padre, el instinto y la habilidad
para prosperar. Eros no es un dios ni un mortal, sino ese demon o intermedio
entre lo uno y lo otro, como hay un medio entre saber e ignorar, y entre la
perfección y la nada.
»–¿Y quién es esa madre –dijo mi amiga–,
sino la diosa Hestia que, según en otro momento dirá Sócrates a Fedro, no
marcha en el viaje de los dioses y las almas hacia los prados del conocimiento?
Es también esa nodriza de necesidad en la que, según Timeo, se replican las ideas
para dar lugar a la mezcla que es este mundo.
»–Sí, según ese mito hecho a medida del
varón –dije yo.
»–Así es –dijo–, hecho a imagen del mito
del varón. El que ama (sigue la enseñanza de Diotima al joven Sócrates) ama la
posesión eterna del Bien, y procrea en la Belleza , de cuerpo o de alma. La procreación del
cuerpo es lo que llamamos reproducción, y esa pervivencia física es lo que de
divino hay en lo mortal. La procreación del alma es algo mucho más divino que
el más sutil de los alientos. El amor tiene diferentes ritos. En los ritos
primeros (cuenta Sócrates que le dijo aquella mujer) cualquiera podría
iniciarse por sus propios medios, pero en los ritos finales ya no podría, sin
su ayuda. La iniciación empieza con los cuerpos, sigue con las almas, cuando se
descubre que la belleza de todos los cuerpos es una, que no procede de ellos,
y, una vez se fija en el alma, se remonta desde las virtudes inferiores hasta
el conocimiento, y, dentro de este, a un solo conocimiento: el de lo que es
Bello en sí y por sí, de forma absoluta e independiente. Buscar esa Belleza es
la más perfecta forma de amor.
»–La filosofía, en su auténtico significado
–dije.
»–Eros –asintió ella– es ese impulso que
nos lleva desde la carencia a la plenitud, desde lo aparente a lo real, desde
el signo al sentido, y que se nos manifiesta como intenso placer y locura, pero
también como nostalgia y ansiedad, cuando no ve lo que busca. Aunque el amor no
es el estado perfecto, tampoco es, menos aún, la sucia pasión de los poetas
ciegos y los oradores vistosos. Es aliento de vida, y está en carne viva en los
artistas y demás viajeros. Como que fue concebido el día del nacimiento de
Afrodita, la hija de Zeus, o sea, la belleza de la Inteligencia.
A.–Esto me gusta más que lo de ayer.
M.–¿Cómo?
A.–Ayer me dolía y hasta me enervaba ir de
un lado para otro. Lo que cuentas hoy es como luz de una casa en medio de la
tormenta.
M.–¡Qué poético! Como todavía eres joven,
esto se ve que te afecta más.
A.–Puede ser. Pero también a ti se te ve
ilusionado, hablando del amor.
M.–Eso es que mi juventud no ha envejecido
mucho. Aparte de que es el gesto que se supone que hay que poner en estos
casos. Bueno, sigo. Yo (que ya era joven por entonces) le dije, como dices tú:
»–Es bella esa teoría del Amor, aunque
también la he encontrado siempre algo triste y llena de nostalgia.
»–¿Cómo se da el amor en nosotros? –siguió
ella, que en la inercia de su discurso y con el calor de la marcha, pareció no
oírme–. ¿Cómo somos capaces de amor? Porque somos alma, cree Sócrates. El amor
es del Alma y es el Alma quien ama, la que es afín al demon. El Cuerpo es solo
la expresión del amor del Alma. También las almas son seres intermedios. Estuvieron allí de donde propiamente son; y
el lugar donde están ahora, ahora que están obligadas a verlo todo en signos,
no es su lugar, porque entre simples signos el Alma no tiene lugar... Pero ¿no
es un absurdo eso, “puros signos”?…
»–¿Quieres decir que los signos nunca
expresan lo que quieren? –le dije yo.
»–Los signos siempre viven de otra cosa
–dijo–. Sin el aliento del Alma se desintegrarían.
»–¡El Alma! –suspiré.
»–De varias formas menciona el mito al Alma
–siguió ella–. El Alma es Helena, princesa raptada por el bárbaro troyano, y de
la que los poetas no supieron decir la verdad. Es también un carro alado tirado
por dos caballos y conducido por un cochero. Su pasto, según se cuenta Sócrates
a sí mismo en el Fedro, está más allá del último círculo del
mundo, en el lugar sin lugar. Pero el Alma, pesada por ese deseo irracional que
es el contrario de Eros, perdió las alas y se encarnó. Entre las cosas de aquí
deambula, y donde ve algo parecido a lo Perfecto, o sea, a lo Bello mismo, lo
ama y lo persigue. Porque el Alma cree saber que lo bello es real y es bueno.
Las cosas visibles, como signos que son, despiertan el recuerdo del sentido de
las cosas, adormecido pero presente en el Alma, porque en ella está presente lo
que no está presente. Ella entonces despierta y recuerda, y lo que recuerda no
es lo que fue, sino lo que será, lo que debe ser, un recuerdo del futuro
presente.
»–Hablas del alma enamorada –dije.
»–Pero toda alma ama –dijo ella–, porque
solo quien ama está vivo y el Alma es solo vida –hizo un silencio–. Esta es
toda la defensa que Sócrates sabe hacer de Eros, después de haberle calumniado
ante el joven, dejándose llevar por su loca afición a los discursos. ¿Qué otra explicación
hay del Amor?
»–Solo conozco –dije– esa otra de Lisias,
muy universal en sus tiempos y también en los nuestros, que dice que es un
impulso irracional y ciego.
»–Sí –dijo ella– y esa pasión es
precisamente la que el pretendiente a quien hace hablar Lisias condena, pero a
la vez la que él mismo sufre o cree que sufre, porque aunque ese buen hablador
se disfraza de racional, lo que busca, en broma y en serio, es aquello a lo que
le arrastra el deseo, la posesión del cuerpo joven.
»–Es cierto –contesté–, él mismo está bajo
la más dura forma de la pasión.
»–Pero según Sócrates –siguió ella– lo que
realmente busca, aunque no lo sabe, es la verdadera belleza, que se manifiesta
también en ese cuerpo. Sin embargo, según un psicólogo de Lisias, ¿qué es lo
que busca?
»–¿Qué quieres decir? –le pregunté, aunque
no porque no la entendiera.
»–Esa teoría del amor como enfermedad –dijo
ella–, dejando a un lado que es fea y desesperada (lo que, tratándose del Amor
y la Belleza es
más chocante), no tiene nada que decirnos de por qué tenemos (o más bien, según
ellos, nos tiene) ese impulso que tanto nos lleva a dar la vida como a dar la
muerte.
»–Hay una variante de esta teoría –dije–
que distingue entre un deseo enfermo y uno sano. Uno nos lleva a la
destrucción, el segundo a la supervivencia.
»–Sí –dijo– es un hecho que amamos ser, y
ser más que ser menos. Llamamos bello a lo que nos gusta, pero nos gusta porque
es bello, y es bello porque es verdadero. Así que ni mucho menos es ciego el Amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario